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Por: Redacción La Industria

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Publicada el 20/01/2023 - 09:51 AM

[Opinión] Dictablanda arbitraria y totalitaria, por Juan Vásquez


Esta administración, con su primer ministro a la cabeza, tiene poco más de un mes en funciones, pero los asesinados, baleados y heridos en las manifestaciones multitudinarias, superan largamente este corto periodo presidencial.

Asistimos a un escenario con ribetes tragicómicos donde sobresalen personajes de diversos estratos sociales y lenguajes, sin el menor ánimo de paz y estrechez de corazón. Por un lado, prevalece el arte de cerrar los ojos de un gobierno parido por una de las mayores crisis de Estado que tengamos memoria. De otro, está la rabia, los ninguneados, un país desangrado y dolido que llora la muerte de más de 50 personas producto de la anarquía ya instalada en los poderes públicos y fácticos. Tenemos, como anticipé en mi columna del 23 de diciembre último- a un régimen engorilado. Lamento profundamente haber acertado.  La convulsión social es la fotografía del momento. Nos recuerda algo parecido con lo ocurrido hace 43 años: el paro nacional del 19 de julio de 1977, convocado por la CGTP y que representó el inicio del fin de la dictadura de Morales Bermúdez. La pérdida del sentido de la realidad y de sensatez de Dina Boluarte, casi medio siglo después, es parte del drama nacional que hemos vivido cíclicamente. Y aun cuando no está probada la paternidad de la frase, se atribuye al ex presidente Fernando Belaúnde el haber calificado de “abigeos” a la guerrilla del 60. Las consecuencias de esta ligereza fueron luctuosas. Esta administración, con su primer ministro a la cabeza, tiene poco más de un mes en funciones, pero los asesinados, baleados y heridos en las manifestaciones multitudinarias, superan largamente este corto periodo presidencial. Hemos regresado al pasado vergonzante, a la ignominia, a las cavernas. Y otra vez la piedra histórica con la que se tropiezan los ilusos, incluidos-por supuesto- la flor y nata del sector más retrógrada del Congreso: “son un grupito de vándalos”, “terroristas”, “financiados por el narcotráfico”, “cinco gatos que quieren cambiar la Constitución”, constituye un discurso peyorativo y estereotipado señalando con el dedo a los que protestan. No faltan las frases racistas, arropadas de una fuerte discriminación étnica que trasciende lo social y cultural para pretender instalarse en lo racial. Esta provocación ha sido como echar gasolina de alto octanaje a una hoguera que comenzó en el sur y se ha extendido en las principales regiones del centro, norte y oriente del Perú. La realidad es que el nivel de protestas no era de un grupúsculo. Se ha generado así un hartazgo popular ante las mentiras del régimen que, falto de empatía social, apela a las balas y al desprecio. Hay responsables en esta crisis. Todo apunta al manejo frívolo del poder ejercido no solo por Boluarte, sino por un sector de congresistas con animus golpista, contrarios a la democracia y al derecho, en un desaguisado más trágico que cómico, como señala el antropólogo Eduardo Ballón. Suma el discurso clientelista que prevale en la política nacional y la lógica matonesca de un Estado que quiere aparentar ser democrático, cuando en realidad es una dictablanda, arbitrario y totalitario. Asistimos no a un simple conflicto social. Estamos en medio de un conflicto estructural que pide a gritos cambios del statu quo: dejar de ser la República inconclusa.






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