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Por: Redacción La Industria

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Publicada el 10/10/2020 - 04:01 PM

[Opinión] Préndeme la vela, por Cecilia de Orbegoso


Muchas veces es conveniente no soplar ninguna vela, ya que nunca sabremos a ciencia cierta si es que, en algún momento de nuestras vidas, necesitaremos revivir esa mecha.

Ahora sí, el verano desapareció completamente. Y con su partida, este domingo, le di la bienvenida tardía a una temporada de tardes grises empapadas de lluvia, en las que una coexistencia sutil entre mi pelo salvaje y este clima tan húmedo es simplemente demasiado pedir.  

Acababa de regresar de tomar un café con mi más reciente ex, para variar de Brasil (la nacionalidad donde tengo más reincidencia, ¡no sé qué onda tengo con ese país!). 

Dado que tenemos una muy buena relación y muy seguido conversamos sobre cómo nos está yendo en nuestros respectivos mercados, me es de lo más natural mandarle de vez en cuando un Whatsapp, ya sea para que me aclare alguna noticia o para que me dé uno que otro consejo. Dado que se acercaba la fecha para presentar mi tema de tesis y el hombre tiene un track record de haber hecho siempre inversiones con creces, aproveché la oportunidad y terminamos pasando la tarde hablando sobre temas muy candentes, sí, pero solo en el ámbito académico.  

Fue al acercarme a mi casa, aun intentando domar mis, para entonces, muy salvajes crespos, cuando me entró una llamada de Sofía, una italiana de mi clase. Ella estaba de lo más mortificada por una conversación que acababa de tener con su más reciente finado galán.

La suya había sido una historia rápida y directa: Empezaron a flirtear en enero, formalizaron la relación en febrero y la afianzaron durante los meses siguientes gracias al encierro. Sin embargo, mientras las medidas sanitarias se iban relajando, la llama entre ellos se fue apagando. Pareciera decirse que se había juntado el hambre y la necesidad y, con ellos, dos cuerpos buscando calentarse mutuamente durante los últimos meses de nuestro frío y especialmente devastador invierno. Una vez manifestados los primeros rayos de sol, llegaron a la mutua conclusión de que lo que necesitaban era distancia entre ellos. Dentro de todo, se podría decir que esta pareja había terminado en muy buenos términos.  

Cada cierto tiempo Sofía recibía una que otra llamada de su ex galán, él le mandó flores por su cumpleaños y, siempre educadamente, intercambiaban likes en InstagramAún a pesar de ello, una tarde tomando un vino Sofía me confesó que ya no veía las horas de terminar la relación que, sin buscarlo, tenía ahora con su soledad. A esta situación se le sumaba el hecho de que el fin de semana, después de más de dos meses de silencio, el ex había hecho acto de presencia saludando a Sofía, situación que ella interpretó como un tanteo del terreno amoroso de su vida.  

Hoy, mientras yo decidía con mi ex galán qué tema me convenía presentar en mi maestría como trabajo final, ella, tras realizar las averiguaciones del caso, había descubierto fotos de una comida reciente en donde el (ahora sí, completamente) finado aparecía abrazado de su nueva saliente. Sofía, dominada por una ferviente cólera, perdió completamente los papeles. Lo llamó, le recriminó, le dijo que cómo se atrevía y, mientras él no terminaba de procesar la situación en la que se encontraba, ella enfurecida le colgó el teléfono.  

“¡Error garrafal!” yo le decía, mientras intentaba entender las razones por las cuales Sofía había sobredimensionado una comunicación inocente hasta el punto de llegar a considerarla un intento de reconciliación. Y mientras ella defendía su posición argumentando que con los principios no se juega, yo le trataba de hacer entender que ahí no había ningún principio que defender: el deseo es la madre del pensamiento, y su deseo de volver a entablar una relación amorosa la había llevado a imaginarse que esta ya existía Peor aún, ahora, por el arrebato, probablemente nunca descubrirá las verdaderas intenciones del acercamiento del ex galán.  

Si bien esta historia es menos que novedosa, me da la posibilidad de para poner sobre la mesa mi tan comprobada teoría: muchas veces es conveniente no soplar ninguna vela, ya que nunca sabremos a ciencia cierta si es que, en algún momento de nuestras vidas, necesitaremos revivir esa mecha. Y con ello no pude dejar de pensar, el hombre habrá descubierto el fuego, pero fuimos las mujeres las que descubrimos cómo jugar con él. No me quedan dudas de que Sofía solita se quemó, y no solo dejó arder con ella cualquier posibilidad de volver, sino de consolidar una bonita amistad.  


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