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Por: Redacción La Industria

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Publicada el 30/05/2020 - 05:18 PM

[Opinión] Viva la bolsa, por Cecilia de Orbegoso


¿Será que conforme pasa el tiempo y aumenta nuestra exposición a un mismo proyecto nos volvemos románticas activistas, proponiendo cambios para que despegue el precio la acción?

Era jueves por la noche y mi look lo sabía; ya que, una vez terminada mi clase alrededor de las diez, mis amigas de la maestría y yo cumplíamos religiosamente nuestra tradición de “Thursdays of Annabel´s” con una devoción digna de beatas. Ni bien cerrados los libros ya teníamos un Uber en camino y, bien emperifolladas, nos enrumbábamos por los cocktails de rigor al conocido club en Berkeley Square.  Antes de llegar a los martinis, sin embargo, habíamos tenido que pasar por horas de clases y teorías que, paradójicamente, habían dejado en nosotras muchas más preguntas que respuestas.

 Era plena clase de Asset Markets y el profesor, un ruso que contaba en su haber con más papers publicados que cualquier millennial coreografías en TikTok, no dejaba de hablar de estrategias de inversión, información asimétrica, acciones subvaluadas y transacciones nunca realizadas. Mientras hablaba del sonado caso de un fondo de inversión que había quebrado estrepitosamente porque había fallado en su estrategia de momentum, no pude evitar pensar en mis pros, contras y mi performance como si fueran acciones de la empresa que, al final del día, termino siendo yo ¿Cómo estará mi cotización? Y luego pasé a evaluar mi repertorio de salientes; al momento de armar mi portafolio personal ¿habré seguido inconscientemente alguna estrategia de inversión?

 La conclusión de Igor, el profesor, fue que por confiar en que los buenos rendimientos de una acción iban a ser constantes, el fondo no pudo identificar a tiempo un patrón de comportamiento que hizo que la cotización se vaya por los suelos. Rápidamente surgió en mí una nueva pregunta: cuando empiezas a salir con alguien nuevo, y vas conociendo sus virtudes y defectos, ¿En qué momento me doy cuenta si vale la pena seguir invirtiendo o que, por el contrario, sea ya tiempo de liquidar mi posición? Mejor dicho, ¿cuál es para mí el deal-breaker?

 En el intermedio, sentadas todas tomando café, no pude con la curiosidad y les pregunté a las chicas de mi clase sobre sus últimos salientes y que tan rápido procedían a liquidar su posición en una acción (léase potencial galán). ¿Le dan el tiempo a que esta madure? ¿O la dejan ir a la primera señal de underperformance? Puesto de otro modo, ¿qué tanto estaban dispuestas a poner de su parte con la esperanza de que la otra parte haga lo mismo? ¿Será que se pueden acostumbrar? ¿O hay acciones en las que no vale la pena negociar? Y como dirían en twitter: abrí un hilo.

 Saltaron muchas opiniones y, aunque el común denominador hablaba de respeto y ambiciones como factores innegociables, no podía evitar reírme con sus más recientes anécdotas, como la de Alex, una amiga pakistaní que acababa de dejar a su último saliente por “diferencias irreconciliables”. En un inicio ella hizo oído sordo cuando, tocando el tema de decoración, éste le preguntó si al hablar del Art Decó, ella se refería a una tienda que quería visitar. Pero no pudo dejar pasar el hecho de que, al hablar de Chopin, él le preguntase si este año había lanzado algún disco en Spotify. Eso para ella fue un deal-breaker.

 Luego Natasha nos contó sobre un saliente que tuvo, hijo de un Lord, cuyas constantes excusas no eran lo único raro, ya que a pesar de que cuando se paraba junto a ella eran del mismo (y muy considerable) tamaño, no podía evitar notar que él tenía lo que comúnmente se denomina como cuerpo de chato. Llegado el momento de intimidad descubrió la verdad, no se trataba de un tema óptico, más si de los 14 centímetros de taco interno que tenía camuflado en los zapatos. Nos dijo que ya no lo podría volver a mirar sin pensar en el cómo el Lord Elevate Shoes.

 Luego Marina, una italiana de mi clase a quien su acertado tarotista le había asegurado que en noviembre conocería a un brasilero de géminis que trabajaba en finanzas, se le había cumplido la profecía y efectivamente lo había conocido un 29 de noviembre, en una noche de chicas que de antemano ella ya había subestimado. Sin embargo, lo que las cartas omitieron fue que la premonición en cuestión tenía 25 años más que ella, y aunque varias de nosotras defendíamos el hecho de que la edad es una ilusión, ella nos confesó que las dos exesposas sí eran de carne y hueso y que, por más que le gustase el individuo, no estaba dispuesta a meterse en ese tipo de cuentos.

 No sé si la muestra que elegí para mi estudio estaba sesgada o no, ya que desde un principio sentí poca tolerancia a la especulación. Pero sí me quedó clara una cosa: no todos tenemos el mismo perfil de riesgo, ni mucho menos horizonte de inversión. Cuando alguien que nos gusta se cruza en el camino, ¿qué tipo de inversionistas somos? ¿Por qué con algunas acciones somos pasivos haciendo la vista gorda, mientras que con otras a la primera señal de mal performance liquidamos nuestra posición? ¿Será que conforme pasa el tiempo y aumenta nuestra exposición a un mismo proyecto nos volvemos románticas activistas, proponiendo cambios para que despegue el precio la acción? ¿O será que en un punto tiramos la toalla, liquidamos nuestra posición y simplemente armamos camino aleatoriamente bajo la teoría del random walk?



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