En el país, no solo existe la antipolítica, sino también la carencia de ideología. Hemos llegado a la muerte de la ideología, para dar paso al pragmatismo puro. Muy pocos partidarios hacen vida política y activismo de base, la gran mayoría germinan en campañas y solo para pedir puestos de trabajo. Los partidos de arrastre y de masas quedaron anclados al pasado. Hoy vemos con asombro como algunos personajes cambian de partido político sin ningún reparo. Así mismo muchos ven a los partidos en el Perú, como los responsables de las crisis políticas y otros como agencia de empleos. La ideología y la doctrina se han extraviado y poco importa, si el objetivo final es llegar a un puesto de trabajo en el estado. 

La antipolítica de los años 90, impulsada por Fujimori, en el fondo fue una estrategia para pulverizar a los partidos tradicionales. Fue la época en donde las protestas se acallaron debido a la represión y efectivamente se hizo menos práctica política. Los partidos quedaron relegados a un segundo plano y se menospreció el estado de derecho. La política no es mala, los malos son los políticos quienes con sus acciones han incentivado a que muchas personas la vean como un espacio de corrupción y perversión. Existe una desacreditación de los partidos, debido a los desaciertos de la clase política y la permeabilidad hacia la corrupción.    

Así mismo la ideología es ahora cosa del pasado, y muchos sienten que las doctrinas en los partidos son postulados que solo sirven para el papel y la formalidad. Lo que importa para muchos es cómo el partido facilita el trabajo y cómo acomoda económicamente. La partidocracia en su vertiente empresarial, es decir como sus partidarios, se convierten en accionistas y trabajadores y como el partido los acoge y les permite solucionar sus problemas económicos y de estatus. Cada vez más presenciamos la aparición de los partidos-empresas en el Perú y eso desfigura la verdadera finalidad de la política.